El instrumento

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Día 177. El público y el instrumento.

Una vez leí en una entrevista a Nicole Kidman que decía que incluso el trabajo que más te guste del mundo se puede convertir en algo aburrido si olvidas las razones por las que lo haces. Esto es algo más común de lo que parece, y si lo piensas tiene bastante lógica.

A un niño le encanta jugar a la consola, pero si le obligas a jugar sí o sí unas nueve horas al día, es posible que al cuarto día le apetezca hacer otra cosa. Y eso que era lo que más le gustaba del mundo.

Si además unimos eso al hecho de que hay trabajos que te absorben por completo y que llenan tu vida más allá del horario del trabajo, entramos en un problema a la hora de desconectar y no caer en la mecanización de aquello que creías tu vocación y que tanto te gustaba.

Siempre le digo a mis alumnos que si un director de un banco, se cree que es el director del banco de verdad, el día que se jubile no sabrá quién es. Si un artista no sabe parar y ser algo más que eso, el trabajo se come a la persona y cuando tienes que parar, no sabes cómo vivir.

Así que por exceso o por defecto, ser artista, en general, es algo muy complicado de gestionar.

Yo, personalmente, he tenido momentos sin mucho trabajo y me he desesperado (menos mal que a mí no hace falta que me inviten a cenar, soy capaz de hacerme mi propio pan) pero también he tenido momentos de tener mucho trabajo y de repente aburrirme en mitad de una boragine y decirme a mí mismo; no quiero seguir haciendo esto nunca más.

En una de esas épocas de hastío en las que nada tenía sentido y no quería hacer más comedia, ni escribir más libros, ni más teatro, ni dar más clases, recibí un mensaje que me hizo cambiar radicalmente mi visión sobre mi trabajo.

Estaba hablando con una persona que me ha visto actuar muchas veces y me dijo algo así como que no podía dejarlo nunca. Yo en ese momento estaba muy bajo de ánimo y dije que algún día lo dejaría. Esa persona se sorprendió y me contestó que hacía muy feliz a la gente, que inspiraba a muchos, que era un ejemplo de diversidad. Le di las gracias y le confesé que estaba un poco cansado después de estar escribiendo y actuando desde los 14 (ahora voy camino de los 42). Y ahí vino la revelación, el punto de vista que me chocó; me dijo que mi trabajo no eran los monólogos, ni escribir libros, ni dar clases, mi trabajo es hacer que la gente se sintiera como se siente cuando me ven actuar, me leen o reciben mis clases, que todas esas disciplinas no eran mi trabajo, solo eran los instrumentos. O sea, que escribir chistes no es la finalidad, sino que la gente sea feliz al escucharlos, y que puedo cambiar de instrumento cuando quiera, pero no de trabajo.

Así que cada vez que me aburro, me asfixio y no tengo fuerza para seguir, pienso que lo que hago por sí mismo no tiene sentido, a no ser que alguien lo escuche, lo lea y no se quede indiferente. Ese es mi trabajo, como el de cualquier artista, ser una herramienta humildemente transformadora.

Gabriel Córdoba. 

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